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La primera parada es O Grove. Antes de la comida podemos
coger uno de los barcos turísticos, 13 euros, y visitar las bateas de los
mejillones, además de ver la ría y disfrutar de una hora y cuarto de paisaje
marítimo a tope, nos ofrecen el aperitivo en forma de mejillones y ribeiro.
Como curiosidad, si vas sólo te tratan igual que si vas en grupo. Si te sientas
en una mesa sólo te ponen delante de ti una fuente entera de mejillones recién
hechos y una botella entera de ribeiro para que disfrutes tú sólo de la vuelta
a puerto. Si eres capaz, o estás con más gente, de comerte y beberte todo lo
que te ponen, no tienen problemas en ofrecerte otra bandeja y otra botella, con
lo que a parte de un bonito viaje, podrás tomar el aperitivo en un entorno de
lo más embriagador…
Si te paseas por el puerto puedes ver muchos lugares para
poder comer. De unos años acá, la hostelería de O Grove se ha renovado bastante
y ya no existen las pequeñas tabernas de pescador donde antes podías comer los
mismos productos que los pescadores a unos precios envidiables. Ahora hay más
variedad pero también eso afecta tanto al precio como al servicio que no es tan
esmerado como antes.
El Restaurante La Cámara está en la céntrica y monumental
plaza de Teucro. Lo mejor es dejarte guiar por los buenos consejos de Alberto,
Manuel o Juan. En barra, junto a uno de los famosos bock, te ponen un aperitivo
que te hace pensar que el lugar elegido es bueno y no vas a salir defraudado.
La comida no pudo ser mejor. Empezamos con un revuelto de erizos (8 euros) con
5 huevos de granja, se notaba por el color, y con el sabor de mar que le daba
el erizo. Muy sabroso, jugoso y bien presentado. Y para continuar, se nos
recomienda un rodaballo a la plancha (19’50 euros). Pese a que puede parecer un
precio alto, os aseguro que en la vida he comido un rodaballo tan bueno, tan
bien hecho y fresco, con una carne espectacular y un acompañamiento…qué acompañamiento.
Junto a unas patatas panadera normales, un timbal de judías verdes llama la
atención. Se trata de las judías verdes, cocidas y confitadas en aceite de
ajo…espectacular. Otra de las cosas que serán habituales en mi casa en esta
temporada.
Pero nuestro viaje es gastronómico, por lo que Santiago nos
ofrece una gran variedad de posibilidades. Quizás la calle más popular para
este menester sea la Rua do Franco, donde los bares y taperías se concentran
uno detrás de otro y el viajante se vuelve loco con tanta oferta. Es por eso
que destacar, se puede destacar mucho, porque hay mucho, pero para este viajero
hubo ciertos sitios que no se olvidarán y puede recomendar con total confianza.
Para unas tapas rápidas, aperitivo o vermut o simplemente
para hacer cuerpo antes de comer o cenar, lo ideal es acercarnos bien a la
Taberna do Bispo (Rua do Franco 37) o a la Cervecería Petiscos do Cardeal (Rua
do Franco 10). En ambos lugares la barra del bar es como las típicas barras
vascas, repletas de pinchos que te llaman y que dudas a la hora de elegir por
la buena pinta que tienen todos. Desde 1’60 a 4 o 5 euros tenemos tapas que
harán despertar nuestros sentidos, como la tapa de pate de pulpo con mahonesa
de pimentón (como si de una ración de pulpo feira se tratara) o los Chirretes
(Chanquetes en Andalucía). También hay lugares donde por un bock te ponen una
buena tapa de cortesía por lo que tanto la Rua do Franco como la paralela Rua
do Vilar son las calles ideales para pasear sin rumbo ni tiempo. Obviamente no
nos podemos perder el magnífico Mercado de Abastos de la ciudad en la Rua das
Ameas y degustar algún producto en las tabernas cercanas.
Pero de Santiago de Compostela no puedo dejar de escribir
sobre dos lugares que me parecieron magníficos, con buenos productos y buen
precio. El primero es O Boteco (Rua do Franco 31). En este templo gastronómico
ponen un lacón con grelos (9’50 euros) que quita el sentido y el cansancio de
tanto paseo y de postre podemos pedir unas anchoas con queso tetilla gallego (5
euros) tan espectaculares como las de Santoña, sin espinas, largas y anchas y
de sabor intenso que combinan de maravilla con un queso suave como es el
tetilla gallego. Si después te tomas un chupito de hierbas casero (2’50 euros)
ya puedes ir a echarte una siesta con toda tranquilidad.
El segundo templo gastronómico que recomiendo y al que
volveré por sus productos, precio y excelente trato, es Casa Sixto, en el
número 43 de la misma calle. Su escaparate ya define lo que podrás degustar
dentro, variedad de marisco y pescado de la ría, que parece que saltan de las
bandejas. Si tienes la suerte de hablar con la dueña, te guiará por sus platos
como un guía por monumentos turísticos. Como curiosidad, me dijo que la
Princesa Leticia acudió a su local y salió muy contenta, yo también. Tanto las
ostras (12’90 euros 6 unidades) como los percebes (20’90 euros unos 250 gramos)
son de la máxima calidad. Es el típico local donde no miras el precio de los
productos, muy acorde con su calidad, porque sales satisfecho de todo, de lo
comido y de lo pagado. Como me quedé degustando la comida, cerraron el local
conmigo dentro y la paisana me ofreció unos mejillones, qué mejillones, y una
fideua de marisco que habían hecho para ellos, los primeros pude catarlos pero
lo segundo tuve que renunciar porque mi cuerpo ya no podía ingerir nada más.
Una charla amena es lo más adecuado para terminar un buen festín gastronómico.
Sinceramente, Casa Sixto merece la pena visitar.
Continuará…

Para tomar contacto con la cocina de las rías empezamos
pidiendo unas Almejas a la Marinera (16 euros). Grandes, carnosas y con una
salsa bien ligada hicieron de este aperitivo un primer paso muy positivo.
Posteriormente nos decantamos por un pescado que nunca antes había comido a la
espalda y que desde ahora se ha convertido en uno de mis favoritos, cercano a
la lubina salvaje. Se trata del Cabracho (19 euros), pez de roca con muchas
espinas con una carne blanca como el nácar y un sabor a mar tan intenso que te
metía literalmente en el mar si cerrabas los ojos y te dejabas guiar por el
sonido de las olas, el olor del plato y el sabor del producto.
Estando en la zona, imposible dejar de acercarnos a
Fisterra, el fin del mundo que decían, aunque realmente el cabo más al oeste de
la península no es Fisterra sino Touriñán, pero Fisterra se lleva la fama.
Subir a verlo es un castigo en tiempo de turismo, demasiada gente y escaso
aparcamiento, así que lo mejor es bajarse a la lonja y buscar un buen sitio
para comer algo. El restaurante Rombos está en la misma lonja y pese que uno de
los platos no era de mi mayor gusto, en el otro triunfaron con creces. Las
navajas que pude degustar eran exquisitas, tiernas, bien hechas y a un precio
razonable, 11 euros. Sin embargo la merluza a la gallega que pedí de segundo me
defraudó. Esto es lo que tienen los sitios turísticos, que de vez en cuando te
ofrecen algo que ni en la casa propia lo pondrías de comida. Se trataba de una
pescadilla seca y congelada, con una salsa gallega por encima que lo inundaba
todo y que no tenía ni sabor, y eso que es complicado ya que sólo con un buen
pimentón le daría el sabor deseado.
En Muros, el paseante puede disfrutar de multitud de
terracitas donde degustar tapas, como unas buenas sardinas (6 euros) en el bar
El Muelle o una Zorza con patatas (8’50 euros), plato contundente donde los
haya que no es más que lomo de cerdo adobado en trozos pero que una persona apenas
puede comer entera la ración que suelen poner.
Comenzaron en un pequeño local junto a la Estación del Norte
(Príncipe Pío) donde llegaban todos los asturianos que en su tiempo tuvieron
que emigrar a la capital. Allí empezaron con platos contundentes, abundantes y
justos de precio. Se empezaron a expandir y mientras uno de los hermanos,
Manolo, conseguía todo el edificio y otros locales del Paseo de la Florida, el
otro, Ernesto, empezaba su andadura en Comandante Zorita 32, donde su cocina,
si el algo se diferencia de la de su hermano, es un poco más fina, más elegante
y con toques más innovadores sin perder los sabores que les hicieron triunfar
en el Paseo de la Florida. Ernesto, al margen de ser un gran amigo, es un gran
anfitrión y en cuanto llegó y nos vio sentados se apresuró a saludarnos y
ofrecernos lo mejor del día. El Ferreiro es uno de esos lugares donde no hace
falta mirar la carta, preguntando te sugieren lo mejor del día y siempre sin
fallar.
Entre los manjares que nos presentan como primer plato, nos
dieron a degustar unas espectaculares Verdinas con bogavante, uno de esos
platos de los que nunca te olvidas y que en esta casa hacen como sólo ellos
saben hacer. Ya entrados en materia, uno de esos primeros que dejan huella en
los paladares, unas alcachofas fritas con espárragos verdes fritos y pequeñas
lonchas de jamón ibérico.Como plato principal elegimos un pescado de temporada que en
estos momentos está en su mejor tiempo, unos tacos de atún rojo con emulsión de
aceite y limón acompañados de cebolla caramelizada. Una maravilla llena de
sabor, de frescura, bien hecho y con el contraste de la cebolla caramelizada
que le da un toque dulce que combina de maravilla.Ingredientes
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| Saber cortar sin cortarse |
Un pimiento amarillo
Bueno, lo primero que hice fue buscar una buena
cazuela donde voy a preparar mis muslitos de pollo. Unas 4 o 5 cucharas de
aceite serán suficientes. Salpimentamos nuestro pollo. Doramos los muslitos de
manera que queden tostaditos de la manera que más nos gusten. Veremos que en la
cazuela quedan como rastros del pollo y el aceite se oscurece, no pasa nada.
Esos rastros nos darán una melosidad y sabor al resto de ingredientes que
pondremos.
Es por eso, y conjugando la tradición y la moda editorial de
la cocina, que es una satisfacción leer cómo en los Gourmand World Cookbook
Awards, que cada año premian a los mejores libros de cocina y vinos del mundo,
este año se ha colado y ha sido reconocido un libro sin más pretensiones que
dar a conocer el amor por una tradición y el sabor antaño de unos platos casi
desconocidos.“Comida cartagenera de veddá veddá” editado por la Fundación
Transformemos, fue reconocido con el
segundo lugar en la categoría Charity & fundraising (Beneficencia &
recaudación de fondos) de América Latina. Este libro es un libro de comidas
colombianas que denominaban “para pobres” pero que ahora las estudian los
mejores chefs del mundo.
El libro está escrito por hombres y mujeres, la
mayoría albañiles, pescadores, agricultores, amas de casa y cocineras de frito,
que no sabían leer ni escribir. Ahí reside el mayor de sus méritos, Bleys del
Socorro Rosso y Ana Tulia Gómez las recopiladoras de recetas, se dedicaban a
dar de comer a los paseantes en las calles de Cartagena (Colombia) sin mayor afán
que llevar a su casa algo de dinero para sacar adelante a su familia. Como Bleys
dice, sus hijos fueron educados gracias a los fritos que vendía primero en la
calle y luego en el primer piso de su casa. Hasta hace poco, Ana Tulia Gómez, no
sabía leer ni escribir, pese a eso, preparaba las mejores carimañolas de
Cartagena "pero no sabía anotar los ingredientes con los que se
hacen". Según el editor del libro Rodolfo Ardila "Nuestro propósito era el de lograr que
estos hombres y mujeres pudieran recuperar su cultura y sus tradiciones a
través de la palabra escrita”