La historia comienza en una casa vieja y pequeña, la de mis abuelos, situada frente a la mía. Como no teníamos dinero para restaurarla, la utilizábamos de almacén. En verano albergaba ropa de invierno; entre septiembre y mayo, bañadores, chanclas y gafas de bucear. También había periódicos, torres enormes de periódicos. Allí me pasaba las tardes lluviosas, tantas en Galicia, que no sirven para ir a la playa o salir en bicicleta con los amigos. Poco a poco, descubrí un placer además de leer o informarme; chequear el titular, las comillas, el primer párrafo. Lo siguiente que recuerdo es que pedía a mi padre que en lugar de chucherías me comprase diarios deportivos.